Comentario al Evangelio 02.02.2014

30/01/2014 Más

Del relato de la presentación de Jesús ante el Señor en el Templo de Jerusalén, me llaman la atención dos as-pectos: la descripción de Simeón, “hombre justo y piadoso que aguarda el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él”, y lo que Simeón dice de Jesús: “Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones…”

El texto me dice dos cosas: que para reconocer a Jesús hay que dejar trabajar al Espíritu que habita en noso-tros; y que escuchando al Espíritu (no a nuestra razón), podremos entender, conocer y experimentar la verdade-ra misión de Jesús.

Simeón tiene claro que Jesús no es ese “Mesías” esperado por el pueblo judío, pues profetiza que será causa de que algunos caigan y de discusión, pero esto purificará los corazones: cambio necesario y profundo para la sal-vación de Israel.

Aunque parece pesimista, pues ser oráculo habla de enfrentamiento y polémica, diferencia claramente lo que Jesús es de las repercusiones que traerá. A Jesús lo describe como “salvador”, “Luz para alumbrar a las nacio-nes” (en plural) y “gloria de Israel”.

Reconoce, pues, en Jesús esa presencia de Dios que ilumina el mundo y cuya misión es hacer caer los antiguos esquemas y “levantarse” para comenzar con un corazón nuevo. Vivir desde el amor.

Para “ver” todo esto es necesario vivir en el Espíritu; no sólo saberse habitado por él, sino darle espacio para que sea él quien nos ayude a reconocer a Jesús en el mundo, quien nos impulse constantemente a vivir en bús-queda y en plenitud.

No es tarea fácil, pues saberse “templo del Espíritu Santo” no implica dejarle sitio suficiente para encontrarlo y vivir desde él. Llenamos nuestra vida de prisas, preocupaciones, agobios, intereses, egoísmos… y apenas deja-mos sitio en nuestro templo, lo ocultamos entre nuestros “trastos” y no conseguimos encontrarlo.

El vaciamiento interior, de lo cual saben mucho nuestros hermanos orientales y los grandes místicos, es un ca-mino necesario para llegar al centro, a lo que me habita y da sentido: el silencio, la relajación, el abandono…conecta con mi más profundo Yo, donde puedo encontrar, ensanchar y vivir la auténtica presencia de Dios, ne-cesaria para reconocer al Jesús que camina por el mundo.

Mi invitación de hoy es, pues, a parar, poner una música suave, adoptar una postura cómoda, cerrar los ojos y abandonarse en la respiración; ensanchar el “templo”, quitar los “trastos” para dejar al espíritu brillar, llegar al AMOR que está deseando cambiar el corazón para sentir, en verdad, que Dios vive en mí y en cada uno de los hombres y mujeres de mi vida.

CONCHA MORATA

 

 

 

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