Comentario al evangelio 22.12.2013
A veces tenemos miedo de que Dios se adentre en nuestra vida, pero es porque lo nombramos con nombres de extraños ídolos que nos hemos fabricado y que hemos puesto en su lugar: el «dios-frente-a-nosotros» que nos cierra el paso a una felicidad plenamente humana; el «dios-del-más-allá», desentendido y sordo ante nuestros sufrimientos y problemas; el «dios-acusador» que nos observa escudriñando severamente nuestros pecados, fallos y equivocaciones…
Pero los nombres de Dios que el Adviento nos invita a pronunciar son otros: Emmanuel, Dios-con-nosotros; Je-sús, Dios-que-salva.
Y esa es la gran noticia que en vísperas de la Navidad, la Iglesia nos anuncia con júbilo.
La profecía de Isaías y el texto de Mateo ponen juntos dos términos que parecen inconciliables: una virgen en-cinta. El Dios que había intervenido en el origen de la tierra «informe y vacía» para hacerla grávida de semillas, y en las matriarcas estériles de Israel haciéndolas fecundas, vuelve a revelarse como vencedor de cualquier inca-pacidad, imposibilidad o límite. Allí donde terminan nuestras posibilidades, empiezan las de Dios.
Este nombre tuyo de Emmanuel, Dios-con-nosotros, me llena de alegría. Tu identidad es ya inseparable de la nuestra y, aunque te llamen «todopoderoso» y «omnipotente», ya no podrás nunca alejarte de no-sotros y llevarnos formando parte de tu nombre y pegados a tu existencia. También yo estreno nombre: soy «alguien-con-quien- está-Dios», y ese es el título que me enorgullece a la vez que me llena de asombro.
(Juan Jáuregui)
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