Comentario al Evangelio 26.01.2014

23/01/2014 Más

De ordinario, casi siempre que se habla de la vocación o de la llamada de Dios, se considera que es un asunto de jóvenes que todavía apenas han estrenado la vida.

Y, ciertamente, para un creyente es muy importante la escucha de Dios en esa decisión o dirección inicial que uno da a su existencia, al elegir un determinado proyecto de vida.

Pero Dios no se queda mudo al pasar los años, y su llamada, discreta pero persistente, nos puede interpelar cuando hemos caminado ya un buen trecho de vida. Esta «segunda llamada» puede ser, en ocasiones, tan im-portante o más que la primera.

Es normal, en plena juventud, seguir la propia vocación con temor pero también con ilusión y generosidad. La pareja que se casa, el sacerdote que sube al altar, la religiosa que se compromete ante Dios, saben que inician “una aventura”, pero lo hacen con entusiasmo y fe.

Luego, los roces de la vida y nuestra propia mediocridad nos van desgastando. Aquel ideal que veíamos con tanta claridad parece oscurecerse. Se puede apoderar de nosotros el cansancio y la insensibilidad.

Tal vez seguimos caminando, pero la vida se hace cada vez más dura y pesada. Ya sólo nos agarramos a nues-tro pequeño bienestar. Seguimos “tirando», pero, en el fondo, sabemos que algo ha muerto en nosotros. La voca-ción primera parece apagarse.

Es precisamente en ese momento cuando hemos de escuchar esa «segunda llamada» que puede devolver el sentido y el gozo a nuestra vida. Dios comienza siempre de nuevo. Es posible reaccionar.

La escucha de la “segunda llamada» es ahora más humilde y realista. Conocemos nuestras posibilidades y nues-tras limitaciones. No nos podemos engañar. Tenemos que aceptarnos tal como somos.

Es una llamada que nos obliga a desasirnos de nosotros mismos para confiar más en Dios. Conocemos ya el desaliento, el miedo, la tentación de la huida. No podemos contar sólo con nuestras fuerzas. Puede ser el mo-mento de iniciar una vida más enraizada en Dios.

Esta “segunda llamada» nos invita, por otra parte, a no echar a perder por más tiempo nuestra vida. Es el mo-mento de acertar en lo esencial y responder a lo que pueda dar verdadero sentido a nuestro vivir diario.

La “segunda llamada» exige conversión y renovación. Dice L. Boros que «sólo el pecador es viejo, pues conoce el hastío de la vida, y el hastío es una señal de vejez».

Dios sigue en silencio nuestro caminar, pero nos está llamando. Su voz la podemos escuchar en cualquier fase de nuestra vida, como aquellos discípulos de Galilea que, siendo ya adultos, siguieron la llamada de Jesús.

(Juan Jáuregui)

 

 

 

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