Comentario del evangelio 13 de enero 2013
Dice un autor (Henri Nouwen) en uno de sus escritos que los hombres y mujeres de hoy, seres llenos de miedos e inseguridad, necesitan más que nunca ser bendecidos. Los niños necesitan la bendición de sus padres y éstos necesitan la bendición de sus hijos.
El escritor recuerda con emoción la primera vez que, en una sinagoga de Nueva York, fue testigo de la bendición de un hijo judío por sus padres: “Hijo, te pase lo que te pase en la vida, tengas éxito o no, llegues a ser importante o no, goces de salud o no, recuerda siempre cuánto de aman tu padre y tu madre”.
El hombre contemporáneo ignora lo que es la bendición y el sentido profundo que encierra. Los padres ya no bendicen a sus hijos. Las bendiciones litúrgicas han perdido su sabor original. Ya no se sabe lo que es la bendición nupcial. Se ha olvidado que “bendecir” significa literalmente “hablar bien”, decir cosas buenas de alguien. Y, sobre todo, decirle nuestro amor y nuestro deseo de que sea feliz.
Y, sin embargo, las personas necesitan oír cosas buenas. Hay entre nosotros demasiada condena.
Son muchos los que se sienten maldecidos, más que bendecidos. Bastantes se maldicen incluso a sí mismos. Se sienten malos, inútiles, sin valor alguno. Bajo una aparente arrogancia se esconde con frecuencia un ser inseguro que, en el fondo, no se aprecia a sí mismo.
El problema de muchos no es si aman o no aman, si creen en Dios o no creen. Su problema radica en que no se aman a sí mismos. Y no es fácil desbloquear ese estado de cosas. Amarse a sí mismo cuando uno sabe cómo es, puede ser de las cosas más difíciles.
Lo que muchos necesitan escuchar hoy en el fondo de su ser es una palabra de bendición. Saber que son amados, a pesar de su mediocridad y sus errores, a pesar de tanto egoísmo inconfesable. Pero, ¿dónde está la bendición? ¿cómo puede estar uno seguro de que es amado?
Una de las mayores desgracias del cristianismo contemporáneo es haber olvidado, en buena parte, esta experiencia nuclear de la fe cristiana: “Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque Dios es bueno, y me ama de manera incondicional y gratuita en Jesucristo”. Soy amado
por Dios ahora mismo, tal como soy, antes de que empiece a cambiar.
Los evangelistas narran que Jesús, al ser bautizado por Juan, escuchó la bendición de Dios. “Tú eres mi Hijo amado”. También a nosotros nos alcanza esa bendición de Dios. Cada uno de nosotros puede escucharla en el fondo de su corazón: “Tú eres mi hijo amado”. Eso será también este año lo más importante. Cuando las cosas se te pongan difíciles y la vida te parezca un peso insoportable, recuerda siempre que eres amado con amor eterno.
(Juan Jaúregui www.juanjauregui.es)
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