Fallece Monseñor Pedro Casaldáliga CMF
Pedro Casaldáliga nació a orillas del Llobregat, en una lechería de Balsanery en 1.928, en el seno de una familia católica. La Guerra Civil española (1936-1939) le agarró en zona republicana, por lo que desde sus ocho años y hasta los once, el tiempo que duró la guerra, se confesaba y ayudaba en Misas celebradas clandestinamente. Finalizada la guerra, le hizo saber a sus padres su deseo de ser sacerdote. Al año siguiente entró al seminario de Vic y entre conversaciones con sus superiores y visitas al sepulcro de San Antonio María Claret, finalmente ingresa en la Congregación de los Misioneros Claretianos.
Sus primeros 16 años de claretiano en España
Sus primeros años como misionero trascurrieron entre Sabadell y Barcelona y le dieron la oportunidad de entrar en contacto cercano con la realidad social española. Esta experiencia fue determinante a la hora de modelar sus inquietudes misioneras. Alternó el trabajo en el mundo obrero con los Cursillos de Cristiandad, la vida en comunidad, clases en la escuela y horas en el confesionario. Y en medio de todo esto, es llamado para implantar los Cursillos en Guinea Ecuatorial. A su regreso, escribió: “Ya llevaba para siempre en el corazón, confusamente, como un feto, África, el Tercer Mundo, Los Pobres de la Tierra y esa nueva Iglesia –La Iglesia de los pobres– que diríamos a partir del Concilio”.
A los 33 años, coincidiendo con el inicio del Concilio Vaticano II, recibe destino para ir a Barbastro, como formador de los seminaristas claretianos –pasó allí tres años– “bajo las sombras aún presentes de los cincuenta y un mártires hermanos de 1.936”, anota en su diario. A estas alturas, le llegó un nuevo encargo: ir a Madrid, a dirigir la centenaria revista “El Iris de Paz”, a la que cambió el nombre por “Iris, Revista de Testimonio y Esperanza”. En 1967 participó en Capítulo General de renovación de la Congregación, desde donde fue enviado al Mato Grosso (Brasil). Era un sueño hecho realidad.
América Latina será mi cruz definitiva
São Felix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil. Llega en 1.968 desde España junto con el P. Manuel Luzón, CMF a fundar una misión católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadrados de pastizales, florestas, selvas y ríos habitados por indios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios fueron hechos Prelatura Apostólica por la Santa Sede en 1.969. A Brasil llegó, cuenta él, “sin saber muy bien a dónde ni cómo, pero sintiendo que veníamos en misión. Y llegamos en pleno recrudecimiento de la dictadura militar y nos encontramos con una Iglesia de catacumbas con sus espléndidas minorías proféticas y la sangre corriendo”. Pronto le salpicaría en su misión esa sangre que corría, y pronto le consagrarían obispo, el 24 de octubre de 1.971, día de San Antonio María Claret. Y ese mismo día publicó la carta pastoral “Una Iglesia en la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social”. Junto a la Doctrina de la Iglesia que incluía denunciar las injusticias en la evangelización, daba 80 páginas de testimonios con nombres, apellidos, lugares, haciendas y firmas. Y comenzó a ser misionero-obispo bajo amenazas de muerte, hasta el punto de ver cómo moría asesinado el P. João Bosco Penido, SJ, vicario de la Prelatura. Amenazado, pues, por su fidelidad a la misión profética de vivir y anunciar el evangelio.
Nunca volvió a España. No abandonó la Misión porque no podía correr el riesgo de salir de Brasil, por temor a que no le dejaran regresar. Es más, a los pocos meses de ser ordenado obispo, ya escribía: “esta es mi tierra en la Tierra. Este es mi pueblo. Por ella, con él, caminaré hacia la Patria”. El Gobierno había intentado expulsarlo del país en diversas ocasiones; en concreto, le incoaron cinco procesos de expulsión, pero la intercesión directa del Papa Pablo VI lo impidió. “Quien toca a Pedro, toca a Pablo”, tuvo que subrayar el Pontífice. Años más tarde, tras la visita ad limina con el Papa Juan Pablo II, el 21 de junio de 1.988, Casaldáliga afirmó: “creo en Pedro y su primado y estoy dispuesto a dar la vida por él”. Hablaron, entre otras cosas, de la injusticia que se da en Brasil, y su problemática social.
El trabajo pastoral de Casaldáliga y de su equipo se centró en las siguientes áreas: catequesis y celebraciones de la fe; educación; atención a la salud; y las reivindicaciones mayores como la defensa de los derechos humanos, la lucha por la tierra y la causa indígena.
En torno a 1.984 se le diagnostica la Enfermedad de Parkinson. En el año 2.003 le llegó a Pedro el tiempo de renunciar al cargo de obispo. Finalmente, el 2 de febrero del 2.005 el Vaticano le aceptó la renuncia al gobierno pastoral de la Prefectura por mayoría de edad, nombrando obispo de São Felix do Araguaia a monseñor Leonardo Ulrich Steiner, de la Orden Franciscana. Dom Pedro continuó viviendo en la prelatura ya jubilado.
Al final de sus años, muchos medios de comunicación estuvieron interesados en acercarse a Pedro, pero él se resistía a conceder entrevistas que hablaran de sí mismo: “Olvídense de mí y ocúpense de las causas que dan sentido a mi vida. Ellas permanecen”, argumentaba. La gente pasa. Las causas continúan y los días siguen dando que pensar.
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